El panorama de los destilados de agave ha experimentado una transformación radical desde principios del milenio. El tequila, en particular, ha logrado sacudirse su antigua imagen de bebida festiva para posicionarse entre los espirituosos más refinados del mundo.
Esta evolución no es casualidad. La exposición de consumidores internacionales, especialmente estadounidenses, a tequilas 100% agave durante sus viajes a México ha catalizado un cambio en la percepción global. Como resultado, los productores mexicanos han priorizado la calidad, abandonando gradualmente la producción de “mixtos”.
La industria ha adoptado una estrategia de premiumización que está dando frutos en mercados globales como Europa, Asia e India. Según reporta Karina Sánchez de Don Julio, el sector está explorando producciones exclusivas, como barricas individuales y añejamientos en barriles de vino, siguiendo el exitoso modelo de la industria del whisky.
La autenticidad sigue siendo fundamental: la producción está regulada por normas estrictas que garantizan que solo el agave azul de regiones específicas, como Jalisco, puede denominarse tequila. El proceso de añejamiento es igualmente riguroso, desde el reposado (dos meses) hasta el extra añejo (tres años).
En cuanto a la sostenibilidad, la industria enfrenta desafíos únicos: el agave requiere entre 8 y 10 años para madurar, y se necesitan hasta 8 kilos para producir un litro de tequila. Sin embargo, la colaboración entre productores y agricultores ha permitido mantener un suministro estable frente a la creciente demanda global.
Fuente: Le Figaro